Dios eficazmente ha tratado con todos los pecados que una vez han sido cometidos (Heb. 9:11-12; 10:10-14). El Hijo de Dios es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Él no era solamente una persona muriendo en una cruz, pero el Hijo de Dios sin pecado que estaba dándose así mismo como el sacrificio más vivo y amoroso en obediencia al Padre.
Cuando Jesús murió en la cruz, todos nuestros pecados fueron atribuidos a Él. Ellos fueron cargados a Su cuenta. Dios trató a Cristo como si Él hubiera cometido esos pecados (2 Cor. 5:21; 1 Jn. 3:5; Rom. 4:25; 1 Pedro 2:22, 24).
El resultado de la muerte y posterior resurección de Cristo fue que todos esos pecados han sido pagados por completo y Dios no los sostiene contra nosotros, porque hemos confiado en Cristo como nuestro Salvador (Juan 3:16).
Eso no es todo; las demandas de la ley santa de Dios han sido totalmente cumplidas por Cristo en Su muerte y resurección, de una vez por todas.